EUGENIA HUICI ERRÁZURIZ: musa y mecenas

martes, abril 21


Eugenia Huici de Errázuriz (Chile, 1860-1954) fue musa y mecenas de los apellidos más ilustres de la vanguardia europea, a lo largo de su vida entre París, Biarritz, Londres y Madrid. Una mujer de espléndida belleza, retratada por Picasso hasta en 24 ocasiones, con un magnetismo especial y un particular sentido de la estética que la convirtieron en una auténtica trendsetter, cuando el término aún no existía. Los círculos intelectuales y artísticos de la época hablaban de eugenismo para describir su apabullante elegancia, buen gusto y savoir-vivre.

Aunque nunca tuvo clientes ni decoró formalmente para nadie, en 1992 el New York Times la señaló como precursora de la moderna estética minimalista. Cecil Beaton escribió en su libro The glass of fashion -1954- : “su efecto en el gusto de los últimos 50 años ha sido tan enorme que toda la estética del diseño de interiores contemporáneo y muchos de los conceptos sobre simplicidad , reconocidos y valorados hoy en día, se podían encontrar al traspasar su puerta”.

Contrajo matrimonio en 1879 con el adinerado pintor chileno José Tomas Errázuriz, del que pronto se cansó, tanto como de sus “tediosas pinturas”. En 1882 se instalaron en París donde Eugenia empezó a tejer su comunidad de amigos, protegidos y admiradores: Rodin, Cocteau, Cendrars, Emilio Terry, Arturo Rubinstein, Dalí, Miró, Ravel, Poulenc, Duchamp, Breton, Man Ray, Giacometti, Malraux, Leger, Braque, Brancusi, Ernst, Gide, Le Corbusier …. Fascinada por el cubismo y los movimientos vanguardistas contactó con un joven Picasso de quien fue mecenas y amiga incondicional durante más de 30 años.

Su filosofía era la simplicidad. A pesar de ser muy rica, condenaba la ostentación. Jean-Michel Frank admitió que Eugenia de Errázuriz había sido su mayor fuente de inspiración y que con ella había aprendido que era posible amueblar un apartamento quitándole los muebles. “Elegancia es eliminación” era su máxima favorita.


En su casa de París optó por colocar pocas piezas, dispersas con originalidad aquí y allá, huyendo de la ortodoxa simetría de la época. Detestaba los muebles a juego, los sillones emparejados y los ornamentos de todo tipo. Hizo pasar al salón las sillas y mesas de jardín de hierro verde esmeralda. Las paredes blancas y desnudas de las que colgaban un par de Picassos abstractos, siempre sin marco. Los ceniceros, hojas de vidrio simples y discretas. La forma era lo que daba sentido a un objeto, no su valor. Si algo era lujoso, lo consideraba vulgar.

De forma casi insolente para la época colocó objetos rústicos, cestas de mimbre y regaderas, sobre piezas antiguas y elegantes. Tenía un don especial para convertir los objetos más ordinarios en extraordinarias naturalezas muertas, bodegones dignos del mismísimo Picasso. En la entrada, creó con una escalera de pintor y objetos de jardinería, un atípico bodegón que Harpers Bazaar inmortalizó en uno de los pocos documentos gráficos de su casa de París.


En 1914 adquirió su villa en Biarritz, La Mimoseraie, donde Picasso pasó su luna de miel con la bailarina Olga Koklova y dejó una habitación llena de pinturas murales que años más tarde se venderían a precio de oro. La Mimoseraie fue el laboratorio de diseño de Eugenia, en el que elevó la sencillez a una forma de arte. Lo convirtió en toda una declaración de sobriedad y moderación. Cada rincón proyectaba purismo. 



Las paredes encaladas de blanco, el suelo de baldosas rojizas de barro, muy limpias, sin moquetas ni alfombras. En las ventanas cortinas de lino a rayas azules y blancas, frescas, con aspecto de recién lavadas. Las sillas y el sofá tapizados con algodón de color azul índigo. Los materiales naturales como la piedra, la madera, el lino y el algodón, ganaban con el pulido y los lavados, dando lugar a una estética espartana y contenida que Eugenia adoraba. Los manteles y las sábanas tenían que ser de lino y perfumadas con esencias naturales, bien lavadas y almidonadas. Su sobrina comentó “todo en casa de tía Eugenia olía muy bien. Las toallas olían a lavanda y se lavaba el pelo con agua de lluvia.

En el jardín, en lugar de sembrar lirios y begoñas como en todas las villas de la zona, plantó verduras cuidadosamente distribuidas en líneas y rectángulos. En el interior aborrecía los elaborados centros de flores, prefería plantas aromáticas en macetas de terracota.

A lo largo de una de las paredes del comedor, instaló un largo estante de madera sobre el que creó una naturaleza muerta con jamón, queso y rodajas de pan dentro de enormes cúpulas de vidrio. En su mesa de té la comida era sencilla, no le gustaban los postres muy elaboradas y las  tartas abundantes le parecían vulgares. Prefería una buena mermelada casera, pan fresco y crujiente y mantequilla de campo. Sus tostadas eran pequeñas obras de arte. A pesar de la informalidad de sus mesas, las servilletas eran de lino y los cubiertos de plata francesa, de la mejor calidad.





Era implacable con el desorden, había que “Tirar, tirar y siempre seguir tirando” todo lo que no fuera esencial. Detestaba todo lo establecido y condenado a la inmovilidad. Uno debía cambiar o por lo menos redistribuir los muebles continuamente."En una casa donde nada se mueve, los ojos se acostumbran a la misma escena y terminan por no ver nada".“Una casa que no cambia es una casa muerta”.

Estricta en materia de proporción y equilibrio, conocía la importancia de la buena arquitectura, era lo que permitía que un ambiente casi vacío se impusiese. En 1931 solicitó a Le Corbusier el proyecto para una casa en Viña del Mar, aunque nunca se materializó. 

En los últimos años de su vida, llevó a la máxima expresión su estilo de vida espartano y su acostumbrada generosidad hacia los necesitados y se ordenó monja laica. Vistió un simple hábito negro, diseñado, eso sí, por Coco Chanel. Eugenia de Errázuriz murió en 1951 atropellada por un coche.  

Fuentes: fashionpinx | apartmenttherapy | thenewyorktimes

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